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La sustancia: el precio de la perfección.

Actualizado: 20 nov 2024


“La sustancia” es una película satírica de horror corporal estrenada en 2024, dirigida y escrita por Coralie Fargeat, con actuaciones de Demi Moore, Margaret Qualley y Dennis Quaid, quienes personifican una de las mayores controversias vigentes en la sociedad. La trama gira en torno a Elisabeth Sparkle, una estrella de Hollywood que, al cumplir cincuenta años, es despedida por su jefe, quien argumenta que su “avanzada edad” y su apariencia son responsables de que su programa de aeróbicos pierda atractivo para el público. Esta noticia la afecta profundamente, y, como consecuencia, sufre un accidente automovilístico que la deja en el hospital. Allí, un extraño enfermero le ofrece la oportunidad de probar un suero que le permitirá convertirse en una versión “mejorada” de sí misma. Elisabeth acepta, y de esta decisión nace “Sue”, una versión mucho más joven de ella, con la cual deberá alternar su cuerpo cada siete días, siendo una semana Elisabeth y la otra Sue. 

  

El conflicto surge cuando, aunque son la misma conciencia, ambas personalidades comienzan a percibirse como individuos separados y rápidamente desarrollan resentimientos mutuos. Elisabeth experimenta celos por la belleza y éxito de Sue, y le molesta que Sue no respete con frecuencia el horario de cambio. Por otro lado, Sue se horroriza ante el autodesprecio constante de Elisabeth y sus desmesurados atracones de comida, que deterioran su cuerpo y le generan repulsión, haciéndole perder el deseo de volver a él. En un punto, esta relación simbiótica se desmorona debido al abuso del suero, y el resultado es una fusión grotesca de ambos cuerpos que finalmente muere cuando sus órganos estallan, dando cierre a la película. 

  

Esta obra cinematográfica explora los oscuros abismos de la obsesión humana por alcanzar una perfección física imposible, alimentada por una sociedad repleta de prejuicios y estándares de belleza desbordados. Desde el primer acto, la trama muestra los peligros de regirse por estos estándares, ignorando el daño psicológico que provocan. Con cada dosis de la sustancia, la protagonista experimenta un cambio físico impresionante, pero sufre efectos secundarios cada vez más difíciles de ignorar. Este descontrol simboliza cómo el afán de lograr una belleza construida desde la inseguridad puede llevar a las personas a medidas extremas, perdiendo autonomía y sometiéndose a procesos autodestructivos sin freno. 

  

La película se convierte en un reflejo incómodo de cómo, impulsados por ideales impuestos, muchos terminan perdiéndose en la búsqueda interminable de aceptación y valor estético. Critica la ignorancia del ser humano cuando se le presentan promesas superficiales que, en realidad, no tienen valor alguno y solo alimentan absurdas directrices, ofreciendo mucho para reflexionar. Nos plantea la pregunta: ¿en qué tipo de mundo vivimos hoy? La cinta resalta la importancia de aprender a aceptarse y deja claro lo corrosivo que puede ser buscar aprobación donde no se necesita. 

  

Elisabeth se presenta como una advertencia de cómo perseguir lo inalcanzable destruye la conexión con quien realmente somos. Cada cambio, cada ajuste físico, simboliza un paso hacia la pérdida total de identidad, dejando solo el reflejo vacío de una insatisfacción injustificable. Al final, la película nos invita, como espectadores y víctimas de estos estereotipos, a cuestionarnos: ¿vale verdaderamente la pena perderse a sí mismo en la búsqueda de una perfección inexistente, producto de una ilusión? 

 

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