Amor y filosofía
- Carolina Marrugo
- 31 mar
- 4 Min. de lectura
Por Carolina Marrugo Orozco
Docente de Ciencias Sociales y Filosofía
Aspaen Gimnasio Cartagena de Indias
Friedrich Nietzsche, a quien considero el filósofo más importante de la historia moderna, escribió en 1872 un ensayo titulado “El origen de la tragedia”, texto en el cual se esforzó por comprender al mundo griego y el sentido del arte como reafirmación de la vida. El pensador alemán logró maravillarse tanto como yo por la civilización Helenística. Es posible que a ambos nos haya embargado la misma necesidad de comprender, desde el asombro, la forma en que los griegos intentaron comprender las expresiones más radicales de la existencia humana: la vida, la muerte, la locura y el amor, entre otras. En este último quiero detenerme, porque -en efecto- es un tema de gran complejidad y en la mayoría de los casos malentendido.
Actualmente, reconocemos distintas formas de amor: maternal, fraternal, filial e incluso se habla de poliamor. En realidad, no existe una evidencia concreta y totalmente verídica de por qué nos enamoramos, aunque sí existen referencias desde la psicología y la ciencia sobre sus beneficios, entre ellos, una mayor longevidad, el desarrollo personal y la estabilidad emocional. Y ¿qué pasa con los animales? ¿qué podemos conocer del amor y cómo entender su presencia en nuestras vidas? Una aproximación filosófica al concepto puede aportar sino una respuesta, por lo menos un acercamiento en el tiempo a esta bella y única experiencia.
Desde Platón hasta nuestros días, el amor ha sido concebido de manera general como una “fuerza” o “voluntad”. Los primeros registros en “El Banquete” -uno de sus libros más reconocidos- ya nos hablan de esa doble faz del amor, en primera instancia como una cuestión física que se transforma en una fuerza espiritual y luego llevada a un estado superior de bien absoluto encarnado en ese otro que nos atrae. Una especie de sublimación de la propia experiencia con el “otro” llevada a un extremo único y hasta imposible de alcanzar que comúnmente conocemos como el amor platónico. Esta primera propuesta del amor teorizada por Platón es una versión inicial que se irá distorsionando a lo largo de la historia y al tiempo conservando sus bases: la de proponer la idea del amor como un impulso.
Para Aristóteles, en cambio, la idea del amor se comprendía a partir del vínculo de la amistad (Philia), relacionada en tres estados: el de utilidad que en esencia era superficial, el de placer concebido para el disfrute y la diversión y el de la virtud, considerado un tipo de amor elevado a la perfección y al bien del “otro”. Con Platón comparte esta idea persistente en el tiempo que se refiere al amor como una especie de valor a conquistar y que nunca se da por sentado desde el inicio, consistente con la idea recurrente en la cultura griega, de una especie de “viaje” con ese “otro”.
Comprensiblemente, Platón y Aristóteles se instalaron en la cosmovisión medieval dentro de la Patrística y la Escolástica en las cuales se fusionaron las ideas de la filosofía platónica y aristotélicas con el cristianismo. Así las cosas, el diálogo entre razón y fue se convirtió en un campo propicio para exponer una idea del amor ligada a los preceptos religiosos con la tensión entre el amor mundano y el amor divino o desinteresado relacionado con Dios y el prójimo reunido en tres valores teologales: Amor, fe y esperanza. De aquí una clara distinción entre el amor divino (Ágape) y el amor terrenal, entre otras cosas, una forma de estar con Dios y otra en el mundo.
Por supuesto, el mundo medieval se debatía entre dos fuerzas: la religiosa y la política. La monarquía se ubicó en ciertos márgenes de la teología cristiana, ya que tenían sus propios códigos. De allí que el amor cortés (fin'amor) se expresara como el otro extremo de la Edad Oscura. Del siglo XI al XV en lo que conocemos como la baja edad media, se dieron una serie de cambios al interior de los reinos, entre ellos el de una especie de “giro” de la sensibilidad. Trovadores, poetas hicieron su presencia en el medioevo e instalan a través de la literatura una idea del amor idealizado, secreto, doliente basado en una especie de “servidumbre amorosa” y por demás, jerárquica. La particularidad del amor cortés fue precisamente el rol protagónico de las mujeres como transgresoras, pues eran superiores socialmente al caballero y aunque se daba entre miembros de la nobleza su esencia era fundamentalmente adúltera e ilícita. De esta época surge un nuevo ingrediente del amor que se prolongó en el tiempo: el amor vinculado al sufrimiento, al sacrificio, a lo prohibido, a lo pasional, entre otros, utilizados posteriormente como paradigmas de representación en la literatura y en el arte.
Más adelante, el Siglo de las luces, intentó devolver algo de sensatez a la humanidad. Aunque ya instalada esta relación entre el amor y la tragedia en el imaginario colectivo, filósofos como Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer y Soren Kierkegaard relacionaron la idea del amor con la razón, resaltando las ideas de la dignidad, la voluntad de vida y el amor como acto de fe, respectivamente. Por ende, la incuestionable presencia del movimiento intelectual propuso una idea del amor centrada en aquellos valores de progreso, igualdad y sobre todo el cuestionamiento de las ideas medievales.
La idea del amor en los siglos posteriores a la Ilustración, hasta el presente, son en realidad una fusión de sus antecedentes. En la actualidad priman visiones críticas del amor y una especie de nostalgia por lo antiguo. Desde el existencialismo hasta la filosofía contemporánea el amor se plantea como un acto de libertad (Jean-Paul Sartre), es también expuesto como un hecho de condicionamiento de género (Simone de Beauvoir) o desde su propia disolución (Zigmunt Bauman), entre otros.
Para concluir, me atrevo a decir que estas nuevas formas de enunciar el amor son en realidad una explicación a la crisis que la humanidad viene experimentado desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que, de hecho, ya presentaba fracturas y quiebres desde finales del siglo XIX, que filósofos como Friedrich Nietzsche supieron reconocer. Su famosa sentencia: “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado”, advirtió sobre los peligros a los que la humanidad se puede enfrentar cuando abandona sus paradigmas. Claro. Significa una nueva búsqueda, pero si ese Dios que ha muerto es amor, entonces querría decir que hemos perdido el amor también. Y en ese caso, ¿qué nos quedaría?



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